martes, 11 de septiembre de 2007

RACIONALIDAD PRÁCTICA de marisol salas salgado

RACIONALIDAD PRÁCTICA

En segundo lugar, reconoce la vigencia hasta hoy de la racionalidad estratégica entendida como standard de racionalidad de la acción social. Para Apel, esta racionalidad amplía la racionalidad "teleológica técnico- instrumental" e incluye: a) la teoría matemática de la elección racional, b) de la decisión racional y c) de la teoría estratégica de los juegos.
Es, particularmente esta última teoría, la que aclara la estructura de la racionalidad de la interacción como una racionalidad estratégica, es decir, como una racionalidad en la que los actores, en tanto sujetos de la racionalidad teleológica, aplican su pensamiento medio-fin a objetos acerca de los cuales ellos saben quiénes, en tanto sujetos de la racionalidad teleológica, hacen lo mismo con respecto a ellos mismos.
En esta reciprocidad reflexionada de la instrumentalización consiste manifiestamente la peculiar estructura de reciprocidad de la racionalidad estratégica"
Ahora bien, frente al monopolio de la racionalidad estratégica en al ámbito de la acción social - que pone en tela de juicio la posibilidad de una ética como la de Kant-, el argumento de Apel es que la racionalidad de la interacción social no se agota en la racionalidad estratégica. Para ello, muestra que esta racionalidad no explica la función de la comunicación lingüística y de la interacción comunicativa. Sólo desde la racionalidad comunicativa o discursiva, es decir, de una racionalidad no estratégica del discurso puede pensarse y fundamentarse "una racionalidad ética (una razón práctica legisladora en el sentido de Kant)"
Pero, de la constatación de la diferencia entre racionalidad discursiva y racionalidad estratégica se sigue, a continuación, el reconocimiento de la necesidad de una conciliación entre ambas como parte de una estrategia ética. Esta expresión, como puede estimarse, no suena a kantiano, aunque no es contrario al espíritu aristotélico de la "segunda navegación". Para justificar esta adscripción, Apel recurre a Weber.
En mi opinión, podría haber recurrido también a Aristóteles.
Ahora bien, la defensa que efectúa Apel de una racionalidad éticamente relevante, frente al monopolio de la racionalidad estratégica de instrumentalización recíproca, toma distancia de la concepción weberiana de la racionalización burocrática, según la cual lo racional se reduce a la elección de los medios más adecuados para alcanzar fines preestablecidos. Sin embargo, Apel reconoce que Weber tiene razón en un sentido.

LA RACIONALIDAD PRÁCTICA

La racionalidad práctica, en cambio, describe un uso de la razón que destaca la propiedad que tiene esa razón para orientar y dirigir la acción. Y en la medida en que dicha orientación traduce el significado y sentido de lo que hacemos, se dice de ella que es una razón práctica.

Desde los inicios de la filosofía en los griegos se reconoce, en la razón, este uso práctico. Es más, cuando definen al ser humano como animal racional, lo que nos transmiten, a nuestro entender, es que existe una suerte de circularidad entre pensar, ser y hacer, que define la especificidad de la manera de ser hombre. De manera que la desconexión entre ellas, provoca unas disfunciones, una falta de armonía, que le hacen ser menos ser humano. Y así, dejar de pensar, es dejar de ser; y dejar de hacer, es dejar de ser y de pensar.
Inclusive, los griegos adscriben a este uso práctico un régimen peculiar; y, así, hablan de lo contingente, es decir, de lo que puede ser de otra manera, para referirse al suelo que pisa la razón en este terreno de la praxis; y de las acciones humanas como conjunto de actividades en las que se expresa dicho uso de una manera relevante y excepcional.

Todo el problema viene, cuando se quiere recabar el mismo grado de certeza que daba el anterior uso teorético, pues nadie puede asegurar que uno que sabe lo que tiene que hacer, lo haga. En el terreno moral, esta experiencia es tan usual, que ha conducido a muchos sistemas filosóficos a negar valor de racionalidad a los juicios morales.

Este sostenido fracaso de la razón práctica a la hora de dar cuenta del sentido de lo que hacemos, ha propiciado un desarrollo exacerbado y preeminente del saber teorético como modelo de conocimiento. Preeminencia que tiene mucho que ver con la consideración de la ética como pariente pobre de la metafísica, encargada de dar el sentido desde su reconocida capacidad para sostener una visión general y que, de una u otra manera, se ha prolongado en el tiempo a pesar de las proclamas de la primacía de la Razón práctica.
Movimientos contemporáneos como el positivismo, que se reclama ya al margen de la metafísica, acuden al método científico como garantía de la objetividad y valía de los conocimientos; o la propia reivindicación de la formalidad de la argumentación como hacen las éticas del discurso para poder hablar de una especificidad de un saber orientador de la praxis, son modelos para dar contenido a un prototipo de racionalidad práctica puesto en entredicho tanto por la corrientes emotivistas de la Filosofía Moral como por las teorías de sesgo relativista que abundan en nuestro contexto..

La Ética o Filosofía Moral, dedicada a plantear el sentido de nuestras acciones, y la Filosofía Política, en la tesitura de resolver el tema de la legitimación de la dominación, son las dos ramas en las que dicho uso práctico se ha ido vertebrando como saber filosófico a lo largo de los siglos.

La racionalidad práctica como modelo de racionalidad

Con estos antecedentes, a partir de los años 70 del siglo pasado, asistimos a una rehabilitación de la filosofía práctica como modelo filosófico de la racionalidad, debido, fundamentalmente, a dos motivos: el primero, tiene que ver con la crítica al método científico como garantía de validez de nuestros conocimientos y a su idea de la neutralidad; y el segundo, se refiere, más bien, a la consideración de la reunión entre pensar y hacer, como ejercicio práctico de la razón, puesta de relieve en las diversas actividades de los hombres consideradas como prácticas sociales.

El auge de las tecnologías y la primacía que va adquiriendo la aplicación de los conocimientos como determinante de su valor, son otros tantos factores de fondo que nos permiten entender el auge de la racionalidad práctica y la inversión que se produce respecto a la consideración clásica de la preponderancia de la razón teorética. Se cumple así, la máxima kantiana de la primacía de la razón práctica, como modelo de racionalidad, en todo el ámbito de la reflexión, no sólo filosófica, sino también en el contexto del desarrollo de los conocimientos en general. De ahí que, hoy, el discurso de la razón tenga un sesgo práctico en el que ha de inscribirse el momento teorético como momento segundo, que no secundario, de una reflexión filosófica.

Si tal diagnóstico resulta adecuado, sería el momento de plantear un concepto de racionalidad, en este contexto práctico, que ampare la tensión sostenida en la que se desarrolla el ejercicio de la razón en filosofía. En este sentido, proponemos entender la racionalidad como la posibilidad que tiene un agente de poder 'dar cuenta reflexiva' de las actividades que resultan determinantes para la significatividad de lo humano. Desglosaremos esta propuesta de definición, atendiendo a la explicitación de los tres núcleos que la determinan, a saber: dar cuenta reflexiva, significatividad de lo humano y concepto de actividades determinantes.

a.- dar cuenta reflexiva, se refiere a la capacidad que tiene la razón para dar razones de lo que hace o dice, insistiendo en el hecho de que dicha capacidad no puede ser entendida como mera capacidad mecánica de producción de razones indiscriminadas. El ejercicio reflexivo se refiere a la posibilidad que tiene la propia razón para ordenar dichas razones y, en ese sentido, reclamar una cierta dimensión formal, no formalista, de la misma.

A este respecto, por más formal que pueda ser el ejercicio de una razón así considerada, jamás podrá concebir su ejercicio al margen de los fines esenciales de la razón (Kant), que no pueden no estar más que en conexión con los fines esenciales del hombre. En otras palabras, el ejercicio de la razón no puede separarse de la formalidad de la pregunta que le otorga sentido, y que no es otra que la pregunta: ¿qué es el hombre? De dicho entronque antropológico, el ejercicio de la razón, entendido como dar cuenta reflexiva, a la vez que adquiere una dimensión formal, conlleva una referencia práctica, en tanto en cuanto aprehende los fines esenciales del hombre y está capacitada para hacer 'juicios' gracias a los que la razón ordena los conocimientos y orienta la acción.

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