jueves, 27 de septiembre de 2007

hacia dónde va la profesión vocacional del abogado



Hacia dónde va la profesion vocacional del abogado

El "Abogado es el que después de haber tenido el grado de licenciado en derecho, se encarga de defender oralmente o por escrito ante los tribunales, el honor, la vida, la libertad y la fortuna de los ciudadanos." Y a la abogacía se la define como la profesión de las defensas judiciales; y, su ejercicio no es una consagración académica sino una consagración profesional.


Al iniciar los estudios que los van a habilitar para ejercer la profesión de abogado o licenciado en Derecho -yo ahora usaré ambos términos como sinónimos- deben estar convencidos de la dignidad de su profesión.

Ciertamente que quizás por culpa de algunos de nosotros mismos, se nos ha hecho objeto de burlas y dicterios. La maldición gitana "entre abogados te veas". Se habla del abogado huizachero, de secano, de maniagua y de trompito. Se nos dice trapisondistas, picapleitos, capaces de defender el pro y el contra, y algunos nos han llamado "chupatintas" y hasta "cagatintas".

Muchos de los que han ejercido nuestra profesión han sido elevados a la categoría de santos: san lvo de Bretaña, patrono de nuestra orden, san Raymundo de Peñafort, santo Tomás Moro, santo Tomás de Canterbury, san Alfonso María de Ligorio y una casi interminable lista.

La dignidad de quien profesa el derecho puede apreciarse si se toma en cuenta que el valor de un acto humano se mide por la elevación del fin que persigue. "Todas las cosas se definen por su fin", decía Aristóteles y Sören Kierkegaard afirmaba que la "grandeza de un hombre se mide por la grandeza del objeto de su amor".

El fin de la actividad del jurista es realizar la justicia y los demás valores del derecho que hacen posible la convivencia humana: la libertad, la seguridad, el orden, la paz y el bien común.

Estos fines están íntimamente vinculados entre sí. Sin orden y sin seguridad, una sociedad no podría existir; pero un orden que no fuera justo, sería grave desorden moral que no realizaría los fines del Derecho y que llevaría en su seno la semilla de su propia destrucción. Una seguridad fundada en la arbitrariedad y el temor, sería mera violencia sin justicia.

Libertad y justicia son también términos íntimamente ligados. No hay mayor injusticia que privar a un hombre arbitrariamente de su libertad y, a su vez, la injusticia será siempre una forma de servidumbre y fuente de violencia. El abogado debe ser, pues, no sólo soldado de la justicia, sino también defensor de la libertad. La libertad de sí mismo y la de quien le encomiende su defensa.

Protágoras nos dice en el diálogo platónico que los dioses hicieron a los hombres el don de la justicia para que no se destruyeran unos a otros. Cuando la justicia se aleja de una sociedad, su lugar lo ocupa la violencia. La violencia que ejercen los fuertes y poderosos sobre los débiles y la violencia a la que acudirán los débiles como recurso supremo contra la explotación o la opresión. Por eso, la justicia es también otro nombre de la paz, que puede definirse como "La justicia en el orden".

La justicia es, sin duda, el valor dominante entre aquellos que el Derecho aspira a realizar. Por ello, los romanos definían a la ciencia del derecho como "el conocimiento de las cosas divinas y humanas, de lo justo y de lo injusto".

La justicia es armonía de las partes del alma y de los componentes de la sociedad. Ulpiano la definió como la "perpetua y constante voluntad de dar a cada uno lo suyo". Subjetivamente, es una disposición del ánimo, una voluntad y una actitud de conciencia. "La más alta de las virtudes, decía Aristóteles, la que brilla más que la estrella matutina y vespertina". "Es perfecta porque el que la posee puede practicarla en relación con otro". Pero el objeto de esta virtud es dar a cada quien lo suyo y, yo me preguntaría: ¿qué es lo suyo?. Y para responderlo brevemente diría que lo suyo es todo lo que le corresponde como persona. ¿Es solamente la contraprestación debida para guardar igualdad en los cambios o la propiedad legítimamente adquirida? ¿No es también lo suyo, lo de cada persona, el derecho a la existencia? ¿No es lo suyo el derecho a una vida digna y libre? ¿No es un derecho, también, que esa vida digna y libre se sustente en un mínimo de bienestar que haga posible el ejercicio real de la libertad y que preserve la dignidad de los hombres? ¿No es lo suyo, la posibilidad de participar en la vida de la comunidad; de informarse, de integrarse, de ejecutar un trabajo, de realizar una actividad que permita el desenvolvimiento de su capacidad creativa y realizarse plenamente como hombre?

Nuestro instrumento para luchar y realizar la justicia es el Derecho. El Derecho no es un fin en sí mismo, es un medio para realizar la justicia y los demás valores que también afectan a la vida colectiva. Por eso los tribunales en que se aplica no reciben en su jerarquía máxima el nombre de tribunales de Derecho sino, como en nuestro país, se titulan Suprema Corte de Justicia.

Si el Derecho es su instrumento y el arma de que dispone para cumplir su cometido, el abogado está obligado a estudiarlo, conocerlo y dominarlo. Por ello, jóvenes estudiantes, exhorto a ustedes a estudiar empeñosamente los cursos que ahora inician. Aprendan, conozcan su Derecho. No busquen sistemáticamente al profesor indulgente o benévolo que va a darles el pase sin que conozcan realmente su materia, porque si ese profesor los aprueba, la vida se va a encargar de reprobarlos.

Piensen, también, que el Derecho como todo lo humano es perfectible. El jurista debe estar alerta a los cambios ocurridos en la realidad; a las nuevas necesidades; a demandas antiguas no satisfechas; a las nuevas convicciones morales y sociales que se despierten en la conciencia colectiva y a las aspiraciones de los hombres para encaminarse hacia formas cada vez más elevadas de justicia. Por eso, el abogado debe ser no sólo el hombre de la tradición que recoge en instituciones y leyes experiencias de los que los han precedido, sino que es y debe ser, también, factor de cambio.

Si alguna vez encontramos en conflicto al Derecho con la justicia, decía Couture, "luchemos por la justicia". No estudiamos Derecho para ponerle trampas a la justicia. Si bien es cierto que la ignorancia de la ley no excusa de su cumplimiento, también es verdad que el conocimiento de la ley no debe usarse nunca para abusar de quien la ignora.

El abogado tiene como obligación profesional, luchar contra la ley injusta. No poner nuestros conocimientos sino al servicio de las causas justas. Luchar por una administración de justicia en que no tengan cabida la corrupción, el cohecho o la consigna. Combatir por todos los medios lícitos la conducta reprobable de jueces y funcionarios y esforzarnos porque el nombramiento de jueces se deba exclusivamente a su aptitud para el cargo y no a consideraciones políticas ni ligas personales, como dice el código de ética profesional de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados. Pugnar por la independencia del poder judicial. Exigir de los jueces probidad y rectitud.



Pero, además, debemos luchar porque en el orden social también impere la justicia; por una sociedad más justa en que los frutos del progreso se repartan equitativamente entre todos los miembros de la colectividad; por que se atienda al pobre y al desvalido, a la viuda y al huérfano; por que se aminoren las desigualdades y se moderen la opulencia y la miseria; por que exista un orden que garantice nuestra seguridad y el respeto de nuestras libertades; por que cada uno de los hombres tenga un mínimo de bienestar que sea compatible con su dignidad y le permita su pleno desenvolvimiento como ser humano; por que no haya ningún niño sin escuela, ningún hombre sin trabajo, ninguna familia sin vivienda, ningún enfermo sin atención y ningún anciano sin cuidados; por que el ciudadano pueda ejercer plenamente sus derechos políticos y ellos le sean respetados; por que no se construya con el sufrimiento de muchos la prosperidad de unos cuantos y por que prevalezcan la justicia y la solidaridad para labrar con el esfuerzo de todos el bienestar de cada uno.

Respecto a escoger una profesión es responder a una vocación. La vocación es un llamado, una voz que desde el interior de nosotros mismos nos dicta un proyecto existencial. Elegir una profesión es responder a ese llamado; escoger un estilo de vida; elegir el camino que habremos de recorrer para realizarnos a nosotros mismos y servir a los demás. Es la resultante de combinar nuestras aptitudes y facultades con los valores que deseamos realizar.

Pero ¿por qué escogimos la profesión de abogado? En algunos casos será por una tradición familiar; en otros porque tenemos inclinación por las humanidades; por pensar que nos abre las puertas de la actividad política; porque nos molesta la sangre y no tenemos aptitud para las matemáticas, porque creemos que vamos a ganar mucho dinero. Pero, en realidad, la vocación auténtica será la de querer luchar por la justicia y servir a los demás. Normalmente el niño que discute, que arguye, que defiende su convicción o lo que cree que es su derecho; que se indigna cuando se agrede a otros sin razón, ése tiene vocación de abogado.

He dicho que la vocación resulta de la combinación de nuestras aptitudes con los valores que deseamos realizar. Si quisiéramos mencionar las aptitudes que se requieren para ser un buen abogado, tendríamos quizás que trazar el perfil de un hombre perfecto. Debe ser probo, prudente, veraz, firme, con sentido humano, dinámico, tenaz, culto, con capacidad de raciocinio lógico, persuasivo, desinteresado, idealista, diligente, ordenado, pleno del sentido de su dignidad y decoro. Deberá tener la memoria de un niño y la sabiduría de un viejo. El rigor lógico de un matemático y la capacidad imaginativa de un poeta. La impulsividad de un joven y la serenidad de un hombre maduro, la agresividad de un combatiente y la prudencia de un sabio.

Estoy seguro de que la mayoría de ustedes poseen estos atributos y, los que carezcan de algunos de ellos, muy probablemente los irán adquiriendo en el curso de sus estudios o podrán suplirlos decorosamente.

El ejercicio de nuestra profesión nos obliga a un conjunto de deberes que le son inherentes y que vienen a formar parte de lo que llamaríamos la ética profesional del jurista. Si los contravienen, se estarían traicionando a sí mismos y negando los cimientos de su propia profesión.

El primer deber del abogado será el de amar y servir a la justicia y utilizar el derecho como instrumento para realizarla, no sólo en las relaciones entre las personas, sino, también, en la vida colectiva. Tratar de hacer una sociedad más justa.

El segundo deber será el de formar una recta conciencia moral. Nos movemos en un mundo lleno de relaciones y significaciones morales. Prácticamente todo asunto en que intervenimos, implica una determinación moral.



El abogado debe ser un hombre leal, leal con su cliente, con la contraparte y con los jueces. La lealtad es, quizás, la primera condición de una relación humana. Leal es el que no traiciona, el que hace honor a un compromiso verbal o existencial. En el juramento que pronunciamos al recibir nuestro título, se nos recuerda que quien pone en nuestras manos la defensa de su patrimonio, de su honra, de su libertad o de su vida, confía no sólo en nuestro saber sino también, y acaso más, en nuestra lealtad y honradez, estimando que seríamos incapaces de anteponer a su interés Iegítimo, el nuestro personal o nuestras pasiones. La lealtad obliga de tal manera que nos fuerza a superar nuestros intereses o pasiones para servir a quien defendemos.

El abogado debe proceder con desinterés. Es lícito que gane su sustento con el ejercicio de su actividad profesional; pero ésta no debe tener como fin esencial el lucro o el interés económico.

El abogado debe ser firme. La fortaleza es una virtud del abogado. Vencer el temor sin incurrir en la temeridad y afrontar con serenidad y valentía los riesgos que tenemos el deber de asumir. La abogacía no es oficio de cobardes.

El abogado debe ser estudioso, el Derecho es su instrumento y, por eso, está obligado a estudiarlo y conocerlo; a mantenerse permanentemente al tanto de los cambios y las modificaciones de las leyes, de la jurisprudencia y de los avances de la doctrina. Al ejercer su profesión debe proceder según ciencia y conciencia. Si descuida su preparación estará faltando gravemente a sus obligaciones. Pero no le bastará con saber y con estudiar sólo el Derecho. Debe tener un adecuado conocimiento del idioma, el lenguaje es su instrumento habitual de trabajo, debe ser un hombre culto y conocer las realidades sociales de la colectividad en que se mueve.

Debe también ser tenaz y diligente en la defensa de los asuntos que se le confían. Descuidar el manejo de un negocio o el impulso de una causa es faltar a nuestros deberes y a las normas morales que nos rigen.

Por la esencia misma de nuestra profesión, estamos obligados a guardar los secretos que conocemos como consecuencia de nuestras actividades profesionales. El secreto profesional es un deber frente al cliente y un derecho contra terceros.

El abogado, finalmente, debe tener un profundo sentido humano. Tratamos con seres humanos sujetos a pasiones y debilidades; que ambicionan, que sufren, que aman, que se equivocan, que engañan, que pecan o delinquen con actos que muchas veces afectan a inocentes. Por eso, estamos obligados a adentrarnos en la viva realidad de lo humano; a sopesar situaciones, antecedentes y motivaciones de una conducta y fines que se pretende alcanzar. Debemos tratar de conocer y comprender. El licenciado en Derecho frecuentemente es también confesor, consejero y médico del alma de quien a él acude. El Derecho cumplirá mejor sus finalidades cuando esté impregnado de un profundo sentido humano. No hay nada, se dice, más cerca de Dios que la caridad y la misericordia moderando a la justicia.

Desde la perspectiva del abogado no existen fronteras sociales, políticas, o económicas. Es una profesión liberal y personalísima.

Es, tradicionalmente, una profesión para idealistas, apartados de la realidad económica y de las reivindicaciones de la clase obrera; está para reivindicar los derechos de los demás; pero no los propios.

El Abogado es un voluntario nato; pero el amor a su profesión está por encima de sus preocupaciones económicas.

Como el fuego forja el hierro en el yunque, la necesidad y la preocupación diaria forja la personalidad del Abogado. Un gran número de abogada dejan el ejercicio de la profesión y se dedican a otra cosa cuando llevan años de ejercicio o iniciando, por la desesperación, agotados, fracasados. Es una profesión para superciudadano, contra todo, sobre todo y ante todos, sin ningún tipo de reconocimiento social ni reciprocidad, pero el que consigue la cima, siempre con mucho dinero o apoyo político, ve incrementar su poder y autoridad académica; más que una profesión, la vocación de Abogado es propia de los héroes.








KARLA GEMA HUERTA ALBARRAN




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